Todas la mañanas pasa frente a mi casa un hombre de unos 55 años con sus cuatro perros. Él los saca a pasear para que hagan sus necesidades y al mismo tiempo aprovecha para hacer ejercicio físico y mantenerse en forma. Y por supuesto, sus cuatro perros también se ejercitan.
Pero lo que más llama mi atención cada vez que lo veo desde mi ventana (casi siempre alrededor de las 9 de la mañana) es que los perros siempre van en la misma formación. El hombre tiene un dispositivo en su mano desde el que salen cuatro correas que enlazan a los collares que cada uno de los perros tiene alrededor de su cuello. Siempre va el mismo perro ocupando la primera posición y los otros tres sus respectivas posiciones. Jamás he visto que esa formación se altere.
También frente a mi casa pasan todos los días hombres y mujeres, a la misma hora, o bien en sus autos rumbo a sus trabajos, o bien haciendo jogging con la esperanza de mantenerse saludables. Desde mi ventana casi siempre veo la misma repetición de acontecimientos, la misma rutina de vida en las personas día tras día.
El hombre de los cuatro perros siempre usa zapatillas deportivas, una playera blanca, y un jeans desteñido. Porta también un cinturón donde carga una botella de agua. Esto ocurre todos los días casi religiosamente.
También a esa hora yo estoy asomado a la ventana de la habitación desde donde observo todo este panorama humano y canino. Generalmente en ese momento tengo en mis manos una taza de café y después comienzo mi rutina diaria. Inicio mi ordenador, reviso mis websites, escribo algo por aquí, corrijo algo por allá, alguna que otra llamada telefónica, respondo o envío algún email, etc.
Y me pregunto si el hombre de los cuatro perros, los que se van en sus autos para sus trabajos o escuelas, los que siempre pasan corriendo, y hasta los cuatro perros, también son conscientes que yo vivo en mi propia rutina asomado a mi ventana con mi taza de café entre mis manos a la misma hora de siempre.
Siento que vivimos dentro de una caja con horarios y que hay otras muchas cosas que hacer de las cuales no somos conscientes de tan metidos como estamos en nuestras repeticiones. De alguna manera, desde algún dispositivo, salen unas correas invisibles que enlazan al collar (también invisible) que llevamos alrededor de nuestros cuellos y que nos conduce en formación militar hacia quién sabe qué sitio, tal y como sucede con el hombre de los cuatro perros que cada día pasa frente a mi ventana y del cual no sé de donde viene ni hacia adónde va.
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