Miedo
La inmensa mayoría de los seres humanos actuamos muchas veces bajo la sombra del miedo. Más allá de la definición es importante comprender que el mismo se manifiesta como una consecuencia del instinto de protegernos contra aquellas personas o eventos que nos puedan dañar. O que imaginamos que puedan hacerlo. Y los mecanismos que desatan el miedo son tan infinitos como el miedo mismo.
Nadie puede decir que no padece de miedos, pero la gran diferencia entre un miedoso y una persona valerosa no es la presencia del miedo en uno y su ausencia en el otro, si no, la forma en que ambos enfrentan ese sentimiento y lo canalizan. En el primero de ellos se observa una paralización, en el segundo, la acción como vía de superar la parálisis que provoca.
Muchos tienden a no arriesgarse y por lo tanto hacen muy poco para cambiar sus circunstancias de vida. Imaginan que seguir los cánones universalmente aceptados les protegerán contra los fracasos. Si su jefe les trata mal bajarán la cabeza y tragarán en seco. Temen perder su trabajo o enemistarse con quien "tiene" las llaves de su futuro. Tampoco se sentirán con el valor suficiente para pedir un aumento de sueldo ya que no creen merecerlo. En una relación de pareja ceden muy fácilmente y no defienden sus derechos, olvidando que en una relación de ese tipo lo más importante es el contrato de igualdad y respeto que se establece entre dos personas diferentes. Cuando el miedo ahoga y paraliza al espíritu humano la consecuencia fundamental no es otra que la muerte lenta de la personalidad propia y el paso a ser uno más del montón. Así de sencillo.
La guerra no debe hacerse contra el miedo, si no, contra la falta de un plan para ponerlo a un lado. Las historias de los hombres y mujeres a quienes consideramos valientes no son otra cosa que clases magistrales sobre cómo se puede aprovechar un momento adverso para convertirlo en un suceso diferente. Muchos de entre ellos han contado que los dientes les castañeaban y las piernas apenas les sostenían mientras actuaban. Sentían miedo, pero actuaron a pesar de sentirlo. Se superaron a sí mismos.
No hay necesidad de asistir a una universidad para aprender a vencer la parálisis que la cobardía produce. Eso no lo enseñan en ninguna parte. Más bien, deberíamos medir las consecuencias que tuvieron, tienen, y muy posiblemente tendrán en nuestras vidas los actos de cobardía. Para ello basta un poco de honestidad sazonada con un par de metas.
El siguiente vídeo te puede inspirar a la acción.
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