No se acostumbra escribir mucho sobre las personas de edad avanzada. Desgraciadamente muchos viven creyendo que jamás llegarán a perder buena parte del sentido de la vista, el olfato, la audición, o que no llegará el día en que tendrán que ser sostenidos del brazo porque las piernas les fallan. O que no estarán sentados en un rincón de la casa sin ánimos de ir a algún lugar para divertirse, o que las manos no se les volverán temblorosas sin que puedan remediarlo. O que sencillamente no llegará el día en que la muerte será
la única salida decorosa ante una condición física insoportable. Nadie quiere oír hablar de eso.
Las sociedades más desarrolladas tienden a ver a los adultos mayores como un sector al que se debe atender, pero básicamente como una masa de personas improductivas que viven de los que trabajan y pagan impuestos. Las menos desarrolladas apenas tienen planes para ocuparse convenientemente de sus ancianos. Esa es la dura realidad.
Un joven inteligente debería planificar su vejez con sentido práctico. Una buena forma de aprenderlo es tratando con la debida dignidad a los ancianos de su entorno y creando las bases de su futuro tan bien como le sea posible. Si en su medio cuenta con acceso a la educación no debería desaprovechar la oportunidad de estudiar, pero si vive en medio de una sociedad que no le permite educarse convenientemente debería entonces echar mano del autodidactismo como vía de adquirir conocimientos prácticos. O dicho en otras palabras: recordar que el tiempo pasa veloz y que un día le temblarán las manos y apenas podrá sostenerse sobre sus piernas.
No puede existir sociedad más humana que aquella que se ocupa de sus ancianos y de sus niños. Y lo mismo nos aplica como seres individuales. "Lo que se siembra es lo que se recoge", dice el proverbio.
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