Nota: Este artículo cuenta con 1657 palabras. Si a usted no le gusta leer mucho puede dividirlo en dos o en tres partes. También puede optar por no leerlo y conservar intacta su tradición, aunque no se lo aconsejo.
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Nada es más hermoso que ver un bebé de apenas unos meses de nacido observar sus manos por primera vez. Ese es un descubrimiento tan espectacular para él (o ella) que le toma una buena parte de su tiempo.
Sería interesante saber exactamente qué pensamientos pasan por su cabecita mientras gira sus manos en una dirección u otra. Aunque no lo parezca, el niñito de nuestra historia está enfrentando una de sus primeras crisis de identidad, pues se ha dado cuenta que esas manos son suyas al tiempo que no encuentra una explicación lógica al fenómeno. Claro, este tipo de crisis es benigna y sin otra consecuencia que el autoconocimiento.
En la adolescencia, la juventud, y la adultez, el asunto adquiere un matiz bien diferente, a veces envuelto en un dramatismo doloroso que ha llevado a muchos investigadores a estudiar a fondo estas crisis que todos hemos padecido (o padecemos) en un momento u otro de nuestras vidas.
¿Qué es una crisis de identidad?
Básicamente, para que se entienda mejor y no caer en la trampa de los tecnicismos difíciles de comprender, una crisis de identidad es el vacío existencial que se crea cuando no encontramos una respuesta satisfactoria a algún fenómeno que nos ocupa y nos preocupa. O dicho de otra manera: no sabemos por qué pensamos o actuamos de acuerdo a un patrón "inexplicable". Contrariamente a lo que se cree, las crisis de identidad no afectan solamente a los adolescentes a los que el ritmo biológico les impone un cambio en sus cuerpos y en sus psiquis. Es un fenómeno que bien pudiera estar presente en todas las etapas de nuestro ciclo vital y que tiene como denominador común a la indefensión.
Por cambios en lo físico (de niño a adulto joven)
Muchos adolescentes se cuestionan los cambios físicos que les ocurren. Y como esos cambios también van acompañados de un componente químico estos se acentúan aun más y pueden crear un verdadero terremoto al interior de sus cabezas. El cambio de niño a adulto joven es más difícil de lo que muchos pueden creer. Cuando estos cambios no son lo suficientemente explicados por los padres en el hogar, y por los maestros en la escuela, el resultado de esa mala orientación puede ser la rebeldía, el desinterés, la irritabilidad, y el escapismo.
Crisis de identidad por vejez y/o enfermedades
¿Por qué a mi? , suelen preguntarse muchas personas que son víctimas de una enfermedad crónica grave. Es muy difícil enfrentar sin ayuda psicológica una situación de ese tipo. La muerte, al final de toda esta historia, es el proceso más duro de asimilar si no estás convenientemente preparado para ella. Y muy pocos lo están.
Ello crea una crisis de pérdida muy complicada de llenar con otra cosa. La vida lo es absolutamente todo. Y mietras más edad se tiene, más se piensa en la vida, y en la muerte.
Al dejar una religión
Muchas personas han narrado que después de abandonar la religión a la que pertenecieron toda su vida entraron en una crisis profundísima de identidad e indefensión. Se sintieron como si Dios ya no estuviera dispuesto a seguirles apoyando a cada momento. Un miedo (al menos en los primeros momentos después de la decisión) se apoderó de ellos, se notaron culpables e injustos, indignos. Espiritualmente no encontraron un asidero conveniente del cual apoyarse al principio. Algunos grupos religiosos tienen por norma no dirigir la palabra a quien los abandona, lo cual complica aun más la situación emocional del desertor ( a quien a veces llaman con el nombre de "apóstata" sobre todo si ha decidido unirse a otro grupo religioso).
Crisis motivada por la pérdida del empleo, el matrimonio, o la muerte de un ser querido
Cuando se pierde el empleo al que le hemos dedicado una buena parte de nuestras energías el golpe puede ser demoledor, especialmente si a nuestro alrededor hay personas que dependen de nosotros. El estrés es tan grande que algunos se cuestionan a sí mismos tratándose con dureza y sintiéndose incompetentes. De igual manera, una profunda crisis de identidad puede surgir cuando fracasa un matrimonio, sobre todo si hay hijos de por medio. Algunas personas deciden no casarse nunca más para evitar una segunda experiencia de esa naturaleza. Y en el caso de la muerte de un ser querido el sufrimiento asociado puede conducirnos a replantearnos la naturaleza misma de la vida y el papel que jugamos en el universo. Nada puede llenar el vacío dejado por un ser querido que ha muerto. Ahora bien, ¿cómo enfrentar estas crisis? Veamos.
Aceptar lo que no podemos cambiar, cambiar lo que sí se puede cambiar
Por un tiempo estuve acompañando a un buen amigo a las sesiones de un grupo de Alcohólicos Anónimos. La misión mía fue apoyarlo en sus primeros pasos hasta que pudiera ir a las reuniones por si sólo, es decir, hasta que desarrollara la conciencia de su situación y determinara continuar su recuperación. Fue allí donde aprendí lo de "aceptar lo que no se puede cambiar, y cambiar lo que sí se puede cambiar". Y esto es clave a la hora de enfrentar y superar las crisis.
Siempre hay una explicación para las crisis de identidad, y la primera de ellas es la sensación de falta de pertenencia. Cuando estalla una crisis de este tipo la persona no sabe exactamente adonde pertenece. Es un estado que se puede comparar a estar en un valle rodeado de montañas, siendo las montañas en este ejemplo el refugio más seguro y el valle el lugar más peligroso. Pero, ¿qué papel juega la aceptación en todo esto?.
Sin dudas, el papel más importante. Cuando aceptamos algo ya estamos creando las condiciones mentales para aprender a vivir con ello o para comprender que debemos cambiar esa situación, aunque como bien sabemos aceptar algo no significa estar de acuerdo. Gran parte de los traumas creados por las crisis de identidad están dados por una falta de aceptación sobre lo que nos ocurre. O para decirlo de otra manera: cuando se acepta, hay alivio. Algunos homosexuales, por ejemplo, cuentan del alivio que experimentaron después de aceptarse como tales. Lo mismo ha ocurrido a personas con enfermedades graves, en casos de divorcio, ante la pérdida de seres queridos, empleo, etc. La aceptación es clave en el proceso de curación de una crisis. De nada vale negar una realidad que es tangible. Por lo tanto, la opción más inteligente pasa por reconocer la existencia de una situación que le está produciendo dolor, cualquiera que esta sea.
Llame a las cosas por su nombre
¿Murió un ser querido? Si así ha sido, dígase: "he perdido a (...) y sé que no lo veré más". Si usted es religioso ponga sobre su fe todas las esperanzas de volver a ver a ese ser querido otra vez. Lo que no debería hacer es no aceptar a la muerte como una realidad.
¿Es usted gay? Acéptese como tal. Usted no es menos por tener distinta orientación sexual. Es cierto que hay países donde ser homosexual pone al sujeto ante un muy grave problema. De hecho, hay países donde puede costar la vida. En ese caso tan extremo una buena dosis de discreción es, literalmente, vital. Sin embargo, en la mayoría de los países del mundo ser homosexual ya no es igual que unos años atrás. ¿Es usted gay? Pues dígase: "soy gay y me acepto como tal. Y no soy el único". Las sociedades, afortunadamente, continúan avanzando en esa dirección y cada vez más legislaciones se suman a las ya existentes para proteger a la comunidad gay en todos sus derechos.
Y lo mismo aplicaría a cada aspecto de nuestra vida. Debemos aceptarnos tal como somos, reconociendo que somos únicos e indivisibles, especiales, seamos como seamos. Una autoestima responsable no puede dejar de lado el conocimiento de nuestra particular forma de ser. Usted aporta al mundo, con su sola existencia, mucho más que cualquier problema que usted padezca.
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Uno de los síntomas de este tipo de crisis es el aislamiento. La persona sufre en su comportamiento social y no desea la compañía de otros. No es un secreto el poder que tiene las catarsis, es decir, la expulsión de nuestros dolores por medio de la palabra. Los religiosos encuentran un gran alivio después de contar a su Dios los dolores que les aquejan. Los esposos encuentran alivio cuando hablan francamente sobre un asunto que perturba su relación. Los jovencitos y jovencitas encuentran un gran alivio cuando cuentan a su padres lo que les sucede, pero los padres deben cultivar esa posibilidad abriéndose primero a sus hijos y mostrándose a ellos como verdaderos amigos. Es muy necesario compartir nuestro dolor con aquellos que estén dispuestos a escucharnos, pues de esa manera vaciaremos nuestra mente de esos sentimientos que nos torturan.
Y si no tiene con quien hablar, escriba, hable con usted mismo frente al espejo, llore si tiene que llorar, grite, pero por favor, libérese de su dolor por vías pacíficas y provechosas. Usted no debe pensar que contando su situación a otros les va agobiar. Más bien debe ver el asunto como una magnífica oportunidad de hacer crecer a otros contándole su experiencia. Debe verlo todo como un intercambio provechoso, para usted, y también para esa otra persona.
Otra variante puede ser la de recibir atención especializada. Usted debería abrirse totalmente con el especialista, vaciar su mente de todo lo que le duele sin guardarse nada. Siempre habrá una solución para usted, o al menos una que le ayude a sobrellevar sus dolores con la mayor dignidad.
La buena noticia es que las crisis de identidad en la gran mayoría de los casos son pasajeras aunque durante el tiempo de su acción pueden llegar a ser muy molestas. Y de ahí la importancia de saber enfrentarlas.
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